Revolución #145, 19 de octubre
de 2008
Estados Unidos en Afganistán:
Una guerra por imperio, y no una “guerra buena” convertida en mala
Parte 1
Larry Everest
Para la gente de Azizabad, una aldea pequeña en el oeste de Afganistán, la
oscura madrugada del 22 de agosto de 2008 de repente se convirtió en una
pesadilla de devastación y muerte. Mientras dormían los aldeanos, las fuerzas
estadounidenses atacaron — al principio con fusiles, luego bombardeos. De ahí al
día siguiente, según investigadores de la ONU, más que 90 personas fueron
masacradas, entre ellas 60 niños y 15 mujeres.
El aparato militar estadounidense inicialmente dijo que había atacado un
blanco “legítimo” del Talibán, que solamente entre cinco y siete civiles
resultaron muertos —llamados “daños colaterales”— y los otros 30 o 35 muertos
fueron militantes del Talibán. Esas fueron mentiras.
Unos periodistas quienes viajaron a la aldea reportaron: “En la escena de la
batalla, cráteres de proyectiles salpicaban los patios y la metralla había
abierto boquetes en las paredes. Las habitaciones se habían derrumbado y
ladrillos de barro y ropa rasgada se quedaban en montones donde la gente había
estado cavando. En dos lugares sangre estaba salpicada en un techo y una pared…
El olor de cuerpos persistía en un complejo, lo que motivó a los aldeanos a
empezar a cavar con palas. Descubrieron el cuerpo de un bebé, cubierto de polvo,
en el rincón de una habitación bombardeada”. Los sobrevivientes “describieron
bombardeos repetidos sobre casas donde docenas de niños dormían, abuelos y tíos
apiñados adentro con ellos” (New York Times, 8 de septiembre).
“¿Te parece que estos le quedan a un combatiente del Talibán?”, un aldeano le
dijo a NPR (27 de agosto), mientras levantaba un zapato pequeñito y un velo
rasgado de mujer.
Esta fue la tercera importante masacre de civiles afganistaníes por las
fuerzas de Estados Unidos y la OTAN este verano. Desde 2005, se calcula que las
fuerzas de Estados Unidos y la OTAN han matado de 2.700 a 3.200 civiles, y sus
ataques y bombardeos van en aumento. Todo esto es solamente el último ejemplo
del sufrimiento enorme que la guerra estadounidense-OTAN contra Afganistán ha
causado desde su inicio el 7 de octubre de 2001.
El aparato militar estadounidense ya ha tenido que retractar sus afirmaciones
sobre Azizabad, y supuestamente está llevando a cabo una “investigación”. Pero
una cosa de que los gobernantes estadounidenses —y Bush, McCain y Obama— no han
retractado es la mentira más grande de todas: que la invasión estadounidense de
Afganistán es una guerra legítima de defensa propia lanzada en respuesta a los
ataques del 11 de septiembre de 2001 y que la meta central es prevenir ataques
futuros contra Estados Unidos. Además, hay llamamientos, incluso de Barack
Obama, de mandar miles de soldados más a Afganistán.
No es una “guerra buena” convertida en mala
La guerra en Afganistán no es —como muchos dirían— una “guerra buena”
convertida en mala. Fue una guerra injusta e imperialista de conquista e imperio
desde el inicio. Sigue siendo una guerra injusta e imperialista por imperio
hoy.
La guerra de Afganistán nunca fue simplemente una respuesta al 11-S. El
gobierno de Bush la concibió como la salva inicial en una guerra ilimitada por
un imperio mayor bajo el lema de una “guerra contra el terror”, cuya meta era
derrotar al fundamentalismo islámico, derrocar a estados no completamente bajo
el control estadounidense, reestructurar las regiones del Medio Oriente y Asia
central, y tomar mayor control de importantes fuentes y rutas para transportar
suministros estratégicos de energía. Todo esto surgió a partir de más de una
década de planeación, creación de estrategias e intervención imperialistas.
Además, desde el principio todo fue parte de un plan general de expandir y
fortalecer el poder estadounidense — para crear un imperio global imperialista
indiscutible sin rival.
Todo esto lo muestra lo que hacían y planeaban los gobernantes
estadounidenses en estas regiones y en el mundo durante los años 1990, tal como
en Afganistán mismo. Se puede mostrar en los planes que Estados Unidos tenía
para desestabilizar, quizás derrotar, al gobierno del Talibán en Afganistán aún
antes del 11 de septiembre. Se puede mostrar en las discusiones y decisiones del
gobierno de Bush tras los ataques del 11 de septiembre y en los objetivos
bélicos de Estados Unidos en Afganistán y el Medio Oriente, con que ya continúa.
Se puede mostrar en la manera en que Estados Unidos ha estado librando la guerra
y el impacto que ha tenido en el pueblo de Afganistán.
Los años 1990: Una década de planeación y creación de
estrategias por un imperio mayor
La “guerra contra el terror” y la invasión de Afganistán surgieron de una
década de planeación, creación de estrategias y lucha entre los gobernantes
estadounidenses sobre cómo expandir y fortalecer su control del planeta.
El colapso de la Unión Soviética socialimperialista de 1991 fue un terremoto
geopolítico. De repente los gobernantes estadounidenses se encontraron que ya no
se enfrentaban a un imperio rival imperialista con armas nucleares. Lo
reconocieron como un “momento unipolar” único, cuando Estados Unidos no
enfrentaba ningún rival importante para su dominio global. Pero después del
colapso de la Unión Soviética, tenían retos nuevos y formidables: el posible
surgimiento de nuevos rivales (Rusia, China o la Unión Europea, o alguna
combinación de estas), enormes cambios económicos provocados por el colapso del
bloque soviético y la aceleración de la globalización capitalista, problemas
desestabilizadores en el Medio Oriente rico en petróleo, la proliferación de
armas nucleares y una mayor cantidad de estados empobrecidos, destrozados por la
guerra o fragmentados (llamados “estados fallidos”) cuyo colapso podría deshacer
el orden global dominado por Estados Unidos.
Inmediatamente después del colapso soviético, un núcleo de estrategas
imperiales —los neoconservadores— comenzaba a declarar que Estados Unidos debía
amarrar este mundo unipolar e impedir que surgieran rivales para desafiar a
Estados Unidos.
Así lo dice la “Orientación de planeación de defensa” del Departamento de
Defensa de 1992 —escrita por Paul Wolfowitz, Lewis Libby y Zalmay Khalilzad bajo
la dirección del entonces secretario de Defensa, Dick Cheney, quienes
posteriormente llegaron a ser funcionarios en la administración de Bush 2. Este
documento dijo que Estados Unidos debía asegurar “que no se permita que surja
ninguna superpotencia rival en Europa Occidental, Asia o en el territorio de la
antigua Unión Soviética” y que Estados Unidos siga siendo la potencia dominante
del mundo para el futuro indefinido. La Orientación de Defensa concibió la
realización de estos objetivos de gran alcance atacando de manera preventiva a
los rivales o estados que pretendían hacerse de armas de destrucción masiva,
fortaleciendo el control estadounidense del petróleo del Golfo Pérsico y
negándose a dejar que coaliciones o leyes internacionales inhibieran la libertad
estadounidense de actuar.
La administración de Clinton había tratado de fortalecer y expandir su poder
económico, militar y político por todo el mundo, tal como con agresión militar
en Irak, Somalia, Afganistán y los Balcanes.
Pero para los neoconservadores, eso todavía no les bastaba. Zalmay Khalilzad,
un estadounidense nacido en Afganistán y antiguo asesor para la empresa
petrolera Unocal, fue una figura clave de la ofensiva neoconservadora. Luego
llegó a ser importante funcionario en el gobierno de Bush, por ejemplo,
embajador a Afganistán después de la invasión yanqui, y luego a Irak. Durante
los años 1990, Khalilzad condenó la falta de un “concepto unificador” en la
visión global de Clinton, y propuso centrarse en impedir que otros tuvieran
“hegemonía sobre regiones críticas”, como el Golfo Pérsico.
Durante los años 1990, este núcleo en la clase dominante continuaba
desarrollando y luchando por esta visión, en numerosas investigaciones,
seminarios de centros de investigación política, columnas de opinión y el
“Proyecto para el nuevo siglo estadounidense”, el documento “Borrón y cuenta
nueva” escrito para la dirección israelí y otros proyectos. Aunado a esta
creación de estrategias globales, orquestaron un creciente coro que pedía
acciones más agresivas contra el régimen de Saddam Hussein en Irak, como
derrotarlo, además de más esfuerzos para tomar acción contra el régimen del
Talibán en Afganistán. Todo esto, otra vez, ocurrió años antes de los ataques
del 11 de septiembre de 2001.
Afganistán: La rivalidad entre las grandes potencias y los
oleoductos
Durante los años 1990, Afganistán era un punto focal de los esfuerzos
estadounidenses para reforzar su control sobre las fuentes globales de
energéticos y la supremacía militar y política. Afganistán está ubicado en el
mero corazón de la masa continental de Eurasia. En 1997, Zbigniew Brzezinski, el
asesor de seguridad nacional durante la administración de Carter, dijo: “Una
potencia que domina a Eurasia controlaría a dos de las tres regiones más
avanzadas y económicamente productivas del mundo…Cerca del 75 por ciento de las
personas del mundo viven en Eurasia, y la mayoría de las riquezas materiales del
mundo está ahí… Eurasia representa cerca del 60 por ciento del PIB y cerca de
tres cuartos de los recursos de energía conocidos del mundo”. (Zbigniew
Brzezinski, The Grand Chessboard: American Primacy And Its Geostrategic
Imperatives, Basic Books, Nueva York, 1997)
Tras el colapso soviético, las relaciones en la región cambiaron rápidamente.
Cinco repúblicas centroasiáticas que antes eran parte de la Unión Soviética se
zafaron de esa dinámica y quedaron a la disposición de el que fuera:
Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajstán, Tayikistán y Kirguizistán.
Como analizó la revista Un Mundo Que Ganar en 2001: “Mientras que
los soviéticos se retiraban a principios de los años 1990, los imperialistas
estadounidenses se embarcaban en una política de sustituir la influencia
soviética sobre los países centroasiáticos con la suya, para conectarlos al
mercado mundial y romper el monopolio ruso de los oleoductos a ese mercado.
También se pusieron a construir una alternativa a la región del golfo Pérsico
como importante fuente de energéticos a fin de reforzar la posición dominante en
el mundo de Estados Unidos. Uno de los aspectos claves de esta fue, por
supuesto, impedir que Rusia surgiera de nuevo como rival importante en la
región. El oleoducto que necesitaba Estados Unidos tenía que pasar por
Afganistán a Pakistán a los puertos marítimos a fin de acceder libremente al
mercado occidental” (“Una historia del “gran juego” imperialista”, Un Mundo
Que Ganar 2002/28).
(Estados Unidos también trataba de debilitar y aislar a la República Islámica
de Irán impidiendo la construcción de oleoductos que atravesaran a Irán —un
puente natural al golfo Pérsico— y rodeándola con estados hostiles. Por eso,
entre otras cosas, al principio Estados Unidos apoyaba al Talibán en Afganistán,
pues servía como un “amortiguador sunita” en la frontera este de Irán.)
La administración de Clinton consideró que obtener el control de Afganistán
era un elemento crucial de esta estrategia. Así que en 1996, cuando los
fundamentalistas islámicos del Talibán tomaron el poder, después de cuatro años
de sangrienta guerra civil después de la derrota del régimen pro-soviético de
Najibullah, los imperialistas los apoyaron con la esperanza de que pudieran
estabilizar a Afganistán y ser socios de Estados Unidos. Al comienzo, el
gobierno de Bush seguía manteniendo sus lazos con el Talibán y aprobó más de 40
millones de dólares para el mismo en mayo de 2001.
Volverse en contra del Talibán
Pero mientras que aprobaban esta ayuda y antes del 11 de septiembre de 2001,
Estados Unidos también se estaba volviendo en contra del régimen del Talibán,
por ejemplo, mediante un plan para desestabilizarlo y posiblemente derrocarlo.
Uno de estos planes llegó al escritorio de Bush el 10 de septiembre.
Las inquietudes de los gobernantes estadounidenses no tenían nada que ver con
la naturaleza reaccionaria y teocrática del Talibán, que principalmente
representaba a las clases feudales y las tribus de la mayor nacionalidad de
Afganistán, los pashtos. De hecho, les inquietaba que el Talibán se convirtiera
en un adversario peligroso, que obstruyera el camino de la agenda estadounidense
para la región y sus planes globales.
Primero, una guerra civil seguía ardiendo en Afganistán, que el Talibán era
incapaz de sofocar. Por ello, fue imposible continuar los planes de construir un
oleoducto por Afganistán a Pakistán. Segundo, las acciones del Talibán y esta
inestabilidad continua alimentaban el fundamentalismo islámico radical, que con
mayor frecuencia los estrategas estadounidenses consideraban un importante
problema. Los bombazos contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania
en 1998 les dejó muy en claro esta situación. Estados Unidos echó la culpa a
Osama bin Laden y Al Qaeda que estaban basados en Afganistán. (La administración
de Clinton lanzó bombardeos de misiles cruceros en Afganistán contra los
campamentos de Al Qaeda después de estos ataques).
Estas crecientes tensiones llevaron a Estados Unidos a empezar a formar redes
de operaciones clandestinas contra el Talibán en Afganistán ya en 1997, que
incluía millones de dólares de ayuda a la Alianza del Norte que se oponían al
Talibán y despachar a equipos encubiertos al país para trabajar con ellos*.
Después de que Bush entró en funciones, se escaló esta planeación. Antes del
11 de septiembre de 2001, se desarrollaron fuertes divisiones en el régimen de
Bush sobre si tener en la mira a los “terroristas” islámicos sin estado como Al
Qaeda o a estados como Irak. Pero estaba elaborando y debatiendo los planes para
aumentar los ataques a Al Qaeda y desestabilizar al régimen del Talibán, y
quizás derrocarlo. En el libro Bush en guerra, Bob Woodward dice que en
abril de 2001, o sea, cinco meses antes de los ataques del 11 de septiembre de
2001, un plan ya estaba en preparación de empezar a armar a la Alianza del
Norte. En julio, ya estaban proponiendo un plan de hacer retroceder a Al Qaeda,
así como de eliminarlo y “tomar la ofensiva y desestabilizar al Talibán”. Si
bien no se habían resuelto estas divisiones en el régimen de Bush, se aprobó
este plan el 4 de septiembre de 2001, y la CIA recibió de 125 a 200 millones de
dólares para ejecutarlo. La asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice lo
puso en el escritorio de Bush el 10 de septiembre como un Directriz Presidencial
secreta, a la espera de su firma.
Parte 2: El 11 de septiembre, lo que busca Estados Unidos en
el Medio Oriente y en el planeta y el horroroso impacto de la “guerra contra el
terror” sobre la población de Afganistán
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