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El Mundo no Puede Esperar organiza a las personas que viven en Estados Unidos para repudiar y parar el rumbo fascista iniciado durante el régimen de Bush y evidenciado en las ocupaciones asesinas, injustas e ilegítimas de Irak y Afganistán; la “guerra de terror” global de tortura, rendición extraordinaria y espionaje; y la cultura de discriminación, intolerancia y avaricia. A ese rumbo no le darán marcha atrás los líderes que nos instan a buscar puntos en común con fascistas, fanáticos religiosos e imperio. Solo es posible si la población forja una comunidad de resistencia –un movimiento independiente de grandes cantidades de personas—que, actuando en pro de los intereses de la humanidad, pone fin a dichos crímenes y demanda que se procese a los responsables por ellos.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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03-15-11

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Revolución #145, 19 de octubre de 2008

Estados Unidos en Afganistán:

Una guerra por imperio, y no una “guerra buena” convertida en mala

Parte 1

Larry Everest

Para la gente de Azizabad, una aldea pequeña en el oeste de Afganistán, la oscura madrugada del 22 de agosto de 2008 de repente se convirtió en una pesadilla de devastación y muerte. Mientras dormían los aldeanos, las fuerzas estadounidenses atacaron — al principio con fusiles, luego bombardeos. De ahí al día siguiente, según investigadores de la ONU, más que 90 personas fueron masacradas, entre ellas 60 niños y 15 mujeres.

El aparato militar estadounidense inicialmente dijo que había atacado un blanco “legítimo” del Talibán, que solamente entre cinco y siete civiles resultaron muertos —llamados “daños colaterales”— y los otros 30 o 35 muertos fueron militantes del Talibán. Esas fueron mentiras.

Unos periodistas quienes viajaron a la aldea reportaron: “En la escena de la batalla, cráteres de proyectiles salpicaban los patios y la metralla había abierto boquetes en las paredes. Las habitaciones se habían derrumbado y ladrillos de barro y ropa rasgada se quedaban en montones donde la gente había estado cavando. En dos lugares sangre estaba salpicada en un techo y una pared… El olor de cuerpos persistía en un complejo, lo que motivó a los aldeanos a empezar a cavar con palas. Descubrieron el cuerpo de un bebé, cubierto de polvo, en el rincón de una habitación bombardeada”. Los sobrevivientes “describieron bombardeos repetidos sobre casas donde docenas de niños dormían, abuelos y tíos apiñados adentro con ellos” (New York Times, 8 de septiembre).

“¿Te parece que estos le quedan a un combatiente del Talibán?”, un aldeano le dijo a NPR (27 de agosto), mientras levantaba un zapato pequeñito y un velo rasgado de mujer.

Esta fue la tercera importante masacre de civiles afganistaníes por las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN este verano. Desde 2005, se calcula que las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN han matado de 2.700 a 3.200 civiles, y sus ataques y bombardeos van en aumento. Todo esto es solamente el último ejemplo del sufrimiento enorme que la guerra estadounidense-OTAN contra Afganistán ha causado desde su inicio el 7 de octubre de 2001.

El aparato militar estadounidense ya ha tenido que retractar sus afirmaciones sobre Azizabad, y supuestamente está llevando a cabo una “investigación”. Pero una cosa de que los gobernantes estadounidenses —y Bush, McCain y Obama— no han retractado es la mentira más grande de todas: que la invasión estadounidense de Afganistán es una guerra legítima de defensa propia lanzada en respuesta a los ataques del 11 de septiembre de 2001 y que la meta central es prevenir ataques futuros contra Estados Unidos. Además, hay llamamientos, incluso de Barack Obama, de mandar miles de soldados más a Afganistán.

No es una “guerra buena” convertida en mala

La guerra en Afganistán no es —como muchos dirían— una “guerra buena” convertida en mala. Fue una guerra injusta e imperialista de conquista e imperio desde el inicio. Sigue siendo una guerra injusta e imperialista por imperio hoy.

La guerra de Afganistán nunca fue simplemente una respuesta al 11-S. El gobierno de Bush la concibió como la salva inicial en una guerra ilimitada por un imperio mayor bajo el lema de una “guerra contra el terror”, cuya meta era derrotar al fundamentalismo islámico, derrocar a estados no completamente bajo el control estadounidense, reestructurar las regiones del Medio Oriente y Asia central, y tomar mayor control de importantes fuentes y rutas para transportar suministros estratégicos de energía. Todo esto surgió a partir de más de una década de planeación, creación de estrategias e intervención imperialistas. Además, desde el principio todo fue parte de un plan general de expandir y fortalecer el poder estadounidense — para crear un imperio global imperialista indiscutible sin rival.

Todo esto lo muestra lo que hacían y planeaban los gobernantes estadounidenses en estas regiones y en el mundo durante los años 1990, tal como en Afganistán mismo. Se puede mostrar en los planes que Estados Unidos tenía para desestabilizar, quizás derrotar, al gobierno del Talibán en Afganistán aún antes del 11 de septiembre. Se puede mostrar en las discusiones y decisiones del gobierno de Bush tras los ataques del 11 de septiembre y en los objetivos bélicos de Estados Unidos en Afganistán y el Medio Oriente, con que ya continúa. Se puede mostrar en la manera en que Estados Unidos ha estado librando la guerra y el impacto que ha tenido en el pueblo de Afganistán.

Los años 1990: Una década de planeación y creación de estrategias por un imperio mayor

La “guerra contra el terror” y la invasión de Afganistán surgieron de una década de planeación, creación de estrategias y lucha entre los gobernantes estadounidenses sobre cómo expandir y fortalecer su control del planeta.

El colapso de la Unión Soviética socialimperialista de 1991 fue un terremoto geopolítico. De repente los gobernantes estadounidenses se encontraron que ya no se enfrentaban a un imperio rival imperialista con armas nucleares. Lo reconocieron como un “momento unipolar” único, cuando Estados Unidos no enfrentaba ningún rival importante para su dominio global. Pero después del colapso de la Unión Soviética, tenían retos nuevos y formidables: el posible surgimiento de nuevos rivales (Rusia, China o la Unión Europea, o alguna combinación de estas), enormes cambios económicos provocados por el colapso del bloque soviético y la aceleración de la globalización capitalista, problemas desestabilizadores en el Medio Oriente rico en petróleo, la proliferación de armas nucleares y una mayor cantidad de estados empobrecidos, destrozados por la guerra o fragmentados (llamados “estados fallidos”) cuyo colapso podría deshacer el orden global dominado por Estados Unidos.

Inmediatamente después del colapso soviético, un núcleo de estrategas imperiales —los neoconservadores— comenzaba a declarar que Estados Unidos debía amarrar este mundo unipolar e impedir que surgieran rivales para desafiar a Estados Unidos.

Así lo dice la “Orientación de planeación de defensa” del Departamento de Defensa de 1992 —escrita por Paul Wolfowitz, Lewis Libby y Zalmay Khalilzad bajo la dirección del entonces secretario de Defensa, Dick Cheney, quienes posteriormente llegaron a ser funcionarios en la administración de Bush 2. Este documento dijo que Estados Unidos debía asegurar “que no se permita que surja ninguna superpotencia rival en Europa Occidental, Asia o en el territorio de la antigua Unión Soviética” y que Estados Unidos siga siendo la potencia dominante del mundo para el futuro indefinido. La Orientación de Defensa concibió la realización de estos objetivos de gran alcance atacando de manera preventiva a los rivales o estados que pretendían hacerse de armas de destrucción masiva, fortaleciendo el control estadounidense del petróleo del Golfo Pérsico y negándose a dejar que coaliciones o leyes internacionales inhibieran la libertad estadounidense de actuar.

La administración de Clinton había tratado de fortalecer y expandir su poder económico, militar y político por todo el mundo, tal como con agresión militar en Irak, Somalia, Afganistán y los Balcanes.

Pero para los neoconservadores, eso todavía no les bastaba. Zalmay Khalilzad, un estadounidense nacido en Afganistán y antiguo asesor para la empresa petrolera Unocal, fue una figura clave de la ofensiva neoconservadora. Luego llegó a ser importante funcionario en el gobierno de Bush, por ejemplo, embajador a Afganistán después de la invasión yanqui, y luego a Irak. Durante los años 1990, Khalilzad condenó la falta de un “concepto unificador” en la visión global de Clinton, y propuso centrarse en impedir que otros tuvieran “hegemonía sobre regiones críticas”, como el Golfo Pérsico.

Durante los años 1990, este núcleo en la clase dominante continuaba desarrollando y luchando por esta visión, en numerosas investigaciones, seminarios de centros de investigación política, columnas de opinión y el “Proyecto para el nuevo siglo estadounidense”, el documento “Borrón y cuenta nueva” escrito para la dirección israelí y otros proyectos. Aunado a esta creación de estrategias globales, orquestaron un creciente coro que pedía acciones más agresivas contra el régimen de Saddam Hussein en Irak, como derrotarlo, además de más esfuerzos para tomar acción contra el régimen del Talibán en Afganistán. Todo esto, otra vez, ocurrió años antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Afganistán: La rivalidad entre las grandes potencias y los oleoductos

Durante los años 1990, Afganistán era un punto focal de los esfuerzos estadounidenses para reforzar su control sobre las fuentes globales de energéticos y la supremacía militar y política. Afganistán está ubicado en el mero corazón de la masa continental de Eurasia. En 1997, Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad nacional durante la administración de Carter, dijo: “Una potencia que domina a Eurasia controlaría a dos de las tres regiones más avanzadas y económicamente productivas del mundo…Cerca del 75 por ciento de las personas del mundo viven en Eurasia, y la mayoría de las riquezas materiales del mundo está ahí… Eurasia representa cerca del 60 por ciento del PIB y cerca de tres cuartos de los recursos de energía conocidos del mundo”.  (Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard: American Primacy And Its Geostrategic Imperatives, Basic Books, Nueva York, 1997)

Tras el colapso soviético, las relaciones en la región cambiaron rápidamente. Cinco repúblicas centroasiáticas que antes eran parte de la Unión Soviética se zafaron de esa dinámica y quedaron a la disposición de el que fuera: Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajstán, Tayikistán y Kirguizistán.

Como analizó la revista Un Mundo Que Ganar en 2001: “Mientras que los soviéticos se retiraban a principios de los años 1990, los imperialistas estadounidenses se embarcaban en una política de sustituir la influencia soviética sobre los países centroasiáticos con la suya, para conectarlos al mercado mundial y romper el monopolio ruso de los oleoductos a ese mercado. También se pusieron a construir una alternativa a la región del golfo Pérsico como importante fuente de energéticos a fin de reforzar la posición dominante en el mundo de Estados Unidos. Uno de los aspectos claves de esta fue, por supuesto, impedir que Rusia surgiera de nuevo como rival importante en la región. El oleoducto que necesitaba Estados Unidos tenía que pasar por Afganistán a Pakistán a los puertos marítimos a fin de acceder libremente al mercado occidental” (“Una historia del “gran juego” imperialista”, Un Mundo Que Ganar 2002/28).

(Estados Unidos también trataba de debilitar y aislar a la República Islámica de Irán impidiendo la construcción de oleoductos que atravesaran a Irán —un puente natural al golfo Pérsico— y rodeándola con estados hostiles. Por eso, entre otras cosas, al principio Estados Unidos apoyaba al Talibán en Afganistán, pues servía como un “amortiguador sunita” en la frontera este de Irán.)

La administración de Clinton consideró que obtener el control de Afganistán era un elemento crucial de esta estrategia. Así que en 1996, cuando los fundamentalistas islámicos del Talibán tomaron el poder, después de cuatro años de sangrienta guerra civil después de la derrota del régimen pro-soviético de Najibullah, los imperialistas los apoyaron con la esperanza de que pudieran estabilizar a Afganistán y ser socios de Estados Unidos. Al comienzo, el gobierno de Bush seguía manteniendo sus lazos con el Talibán y aprobó más de 40 millones de dólares para el mismo en mayo de 2001.

Volverse en contra del Talibán

Pero mientras que aprobaban esta ayuda y antes del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos también se estaba volviendo en contra del régimen del Talibán, por ejemplo, mediante un plan para desestabilizarlo y posiblemente derrocarlo. Uno de estos planes llegó al escritorio de Bush el 10 de septiembre.

Las inquietudes de los gobernantes estadounidenses no tenían nada que ver con la naturaleza reaccionaria y teocrática del Talibán, que principalmente representaba a las clases feudales y las tribus de la mayor nacionalidad de Afganistán, los pashtos. De hecho, les inquietaba que el Talibán se convirtiera en un adversario peligroso, que obstruyera el camino de la agenda estadounidense para la región y sus planes globales.

Primero, una guerra civil seguía ardiendo en Afganistán, que el Talibán era incapaz de sofocar. Por ello, fue imposible continuar los planes de construir un oleoducto por Afganistán a Pakistán. Segundo, las acciones del Talibán y esta inestabilidad continua alimentaban el fundamentalismo islámico radical, que con mayor frecuencia los estrategas estadounidenses consideraban un importante problema. Los bombazos contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1998 les dejó muy en claro esta situación. Estados Unidos echó la culpa a Osama bin Laden y Al Qaeda que estaban basados en Afganistán. (La administración de Clinton lanzó bombardeos de misiles cruceros en Afganistán contra los campamentos de Al Qaeda después de estos ataques).

Estas crecientes tensiones llevaron a Estados Unidos a empezar a formar redes de operaciones clandestinas contra el Talibán en Afganistán ya en 1997, que incluía millones de dólares de ayuda a la Alianza del Norte que se oponían al Talibán y despachar a equipos encubiertos al país para trabajar con ellos*.

Después de que Bush entró en funciones, se escaló esta planeación. Antes del 11 de septiembre de 2001, se desarrollaron fuertes divisiones en el régimen de Bush sobre si tener en la mira a los “terroristas” islámicos sin estado como Al Qaeda o a estados como Irak. Pero estaba elaborando y debatiendo los planes para aumentar los ataques a Al Qaeda y desestabilizar al régimen del Talibán, y quizás derrocarlo. En el libro Bush en guerra, Bob Woodward dice que en abril de 2001, o sea, cinco meses antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001, un plan ya estaba en preparación de empezar a armar a la Alianza del Norte. En julio, ya estaban proponiendo un plan de hacer retroceder a Al Qaeda, así como de eliminarlo y “tomar la ofensiva y desestabilizar al Talibán”. Si bien no se habían resuelto estas divisiones en el régimen de Bush, se aprobó este plan el 4 de septiembre de 2001, y la CIA recibió de 125 a 200 millones de dólares para ejecutarlo. La asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice lo puso en el escritorio de Bush el 10 de septiembre como un Directriz Presidencial secreta, a la espera de su firma.

Parte 2: El 11 de septiembre, lo que busca Estados Unidos en el Medio Oriente y en el planeta y el horroroso impacto de la “guerra contra el terror” sobre la población de Afganistán


 

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